Análisis basado en datos para 2025: ¿Son los vehículos eléctricos mejores para el medio ambiente?
16 de septiembre de 2025

Resumen
El debate en torno a las credenciales medioambientales de los vehículos eléctricos (VE) va mucho más allá de la ausencia de emisiones del tubo de escape. Una evaluación exhaustiva requiere un análisis del ciclo de vida, que examine los impactos desde la extracción de las materias primas y la fabricación hasta la fase de uso operativo y el eventual tratamiento al final de la vida útil. Este análisis concluye que, aunque los VE conllevan una importante carga medioambiental inicial, principalmente derivada de la producción de baterías, sus emisiones globales a lo largo de su vida útil son sustancialmente inferiores a las de los vehículos con motor de combustión interna (VCI). Esta ventaja depende en gran medida de la intensidad de carbono de la red eléctrica utilizada para la recarga. En regiones con una elevada penetración de energías renovables o nucleares, los beneficios medioambientales de los VE se maximizan. Por el contrario, en zonas muy dependientes de los combustibles fósiles, los beneficios disminuyen, pero en general siguen presentes a lo largo de la vida útil del vehículo. La evolución del reciclaje de baterías y de las aplicaciones de segunda vida ofrece una vía prometedora para mitigar el impacto inicial de la fabricación, consolidando aún más la posición de los vehículos eléctricos como una opción medioambiental superior en la transición a largo plazo hacia un transporte sostenible.
Principales conclusiones
- Los VE tienen mayores emisiones de fabricación, principalmente de la producción de baterías, lo que crea una "deuda de carbono" inicial.
- La cuestión de si los vehículos eléctricos son mejores para el medio ambiente depende en gran medida de la limpieza de la red eléctrica local.
- Durante toda su vida útil, los VE casi siempre producen menos gases de efecto invernadero que los coches de gasolina o diésel.
- El reciclaje y el uso de segunda vida de las baterías de los vehículos eléctricos son vitales para reducir su huella medioambiental global.
- Las emisiones no procedentes de los gases de escape, como el polvo de los neumáticos y los frenos, son un problema común tanto para los vehículos eléctricos como para los convencionales.
- Los avances tecnológicos en la química y fabricación de baterías mejoran continuamente el perfil ecológico de los vehículos eléctricos.
- Para hacer una comparación real, hay que tener en cuenta todo el impacto "del pozo a la rueda", no sólo las emisiones del tubo de escape.
Índice
- Una Cuestión de Historia Completa: Por qué la evaluación del ciclo de vida es la única medida verdadera
- El nacimiento de un vehículo eléctrico: Desembalaje de la huella de fabricación
- La vida de un vehículo eléctrico: El papel decisivo de la red eléctrica
- La vida después de la muerte de una batería de vehículo eléctrico: Una economía circular en ciernes
- Más allá de los gases de efecto invernadero: Agua, suelo y partículas
- El veredicto de 2025 para su flota comercial: Una perspectiva mundial
- Preguntas frecuentes
- Conclusión
- Referencias
Una Cuestión de Historia Completa: Por qué la evaluación del ciclo de vida es la única medida verdadera
Cuando observamos un vehículo eléctrico moviéndose con un zumbido silencioso, su virtud medioambiental más celebrada es lo que está ausente: la bocanada de humo, el olor a combustible quemado, el cóctel de contaminantes que salen de un tubo de escape. Esta realidad sensorial inmediata se ha convertido en el principal símbolo del transporte limpio. Sin embargo, para responder a la pregunta "¿son los vehículos eléctricos mejores para el medio ambiente?", debemos cultivar una forma de investigación que vaya más allá de lo inmediato y abarque toda la historia de la vida del objeto que examinamos. Este enfoque es lo que los ingenieros y científicos medioambientales denominan Evaluación del Ciclo de Vida (ECV). Se trata de un método de investigación que se resiste a las respuestas simples y exige una contabilidad completa, de la cuna a la tumba.
Imagínese intentar comprender la salud de una persona observándola sólo durante una hora al día. Puede que la veas haciendo footing y llegues a la conclusión de que está perfectamente en forma, o puede que la veas comiendo un trozo de tarta y llegues a la conclusión de que su dieta es mala. Ninguna de las dos observaciones lo dice todo. Un ECV es como un historial médico completo y un diario de toda la vida combinados. En el caso de un vehículo, no empieza en el concesionario, sino en las profundidades de la tierra, donde se extraen las materias primas para sus componentes. Sigue el proceso de refinado, transformación y fabricación de esos materiales hasta convertirlos en la intrincada máquina que es un coche. A continuación, realiza un seguimiento de la energía consumida y las emisiones producidas durante sus años de funcionamiento. Por último, sigue al vehículo hasta su final, preguntándose qué ocurre con sus piezas: ¿se tiran a un vertedero o renacen gracias al reciclaje?
Por qué las emisiones del tubo de escape son sólo una parte de la historia
El concepto de "cero emisiones del tubo de escape" es tan cierto como potencialmente engañoso. Es cierto en el sentido más literal. Un VE que funciona con batería no quema combustibles fósiles y, por tanto, no emite directamente dióxido de carbono (CO2), óxidos de nitrógeno (NOx) ni partículas (PM2,5) por el tubo de escape. Para la calidad del aire urbano, esto supone un beneficio monumental. La niebla tóxica que asfixia ciudades como Delhi o Los Ángeles procede en gran medida de los tubos de escape de los vehículos. Eliminar esa fuente mejora directamente la salud pública, reduciendo las tasas de asma, enfermedades respiratorias y cardiovasculares (Shindell et al., 2021). No se trata de un punto menor; es un profundo bien humano.
Sin embargo, la energía que alimenta el VE debe proceder de algún sitio. La ausencia de tubo de escape no significa la ausencia de una fuente de emisiones; simplemente significa que la fuente ha sido desplazada. Las emisiones pueden proceder ahora de una central eléctrica situada a kilómetros de distancia. Si esa central quema carbón, el CO2 sigue entrando en la atmósfera, aunque en un lugar diferente. A esto se le suele llamar el "largo tubo de escape" del VE. Por tanto, una comparación justa entre un VE y un vehículo con motor de combustión interna (VCI) no puede ser tubo de escape contra tubo de escape. Debe ser "del tubo de escape a la rueda" para el VE frente a "del tubo de escape a la rueda" para el VCI.
En el caso de los ICEV, "del pozo a la rueda" incluye las emisiones procedentes de la extracción del crudo, su transporte, su refinado en gasolina o gasóleo y, por último, su combustión en el motor. En el caso del VE, incluye las emisiones procedentes de la generación de electricidad (el "pozo") y la eficiencia del vehículo que utiliza esa electricidad (la "rueda"). Este marco complica inmediatamente el panorama, revelando que el rendimiento medioambiental de un VE no es un atributo fijo, sino una variable, profundamente entrelazada con la infraestructura energética del lugar donde se conduce.
El nacimiento de un vehículo eléctrico: Desembalaje de la huella de fabricación
Antes de que un vehículo eléctrico recorra su primer kilómetro, ya ha acumulado una importante huella ambiental. Este "carbono incorporado" o "mochila de carbono" es consecuencia de la energía y los recursos consumidos durante su producción. Aunque toda la fabricación de automóviles consume muchos recursos, la producción de vehículos eléctricos, en concreto de sus baterías, presenta un conjunto único de retos y un coste medioambiental inicial más elevado en comparación con sus homólogos propulsados por gasolina.
El elefante en la habitación: Producción en batería
La batería de iones de litio es el corazón de los vehículos eléctricos modernos y su fabricación es, con diferencia, la parte del proceso de fabricación que más energía consume. Los estudios demuestran sistemáticamente que la producción de un VE genera más emisiones de gases de efecto invernadero que la de un VCI comparable. La diferencia radica casi por completo en la batería. Dependiendo del tamaño de la batería y de la combinación energética utilizada en la planta de fabricación, la producción de un VE puede generar entre 301 y 701 T3T más de emisiones que la producción de un VCI equivalente (AIE, 2023).
Es como empezar una carrera desde atrás. El VE comienza su vida con una "deuda de carbono" que debe saldar a lo largo de su vida útil gracias a su mayor eficiencia y a la ausencia de emisiones del tubo de escape. La cuestión clave, que analizaremos más adelante, es cuánto tiempo se tarda en saldar esa deuda. Este "periodo de amortización" es el punto de apoyo sobre el que pivota todo el debate medioambiental.
La energía necesaria para fabricar baterías se obtiene en varias etapas: extracción y procesamiento de las materias primas, producción de los materiales anódicos y catódicos, formación de las celdas individuales y ensamblaje de las mismas en un paquete de baterías protegido y con temperatura controlada. Muchas de las mayores fábricas de baterías del mundo se encuentran en países como China, donde la red eléctrica ha estado históricamente dominada por el carbón. Fabricar una batería con electricidad generada a partir del carbón supone aproximadamente el doble de emisiones de CO2 que fabricar la misma batería utilizando una combinación energética baja en carbono, como la que se encuentra en Francia o Suecia (Bieker, 2021). Esta concentración geográfica de la producción tiene un profundo impacto en la media mundial de emisiones de la fabricación de baterías.
Extracción de materias primas: El coste medioambiental del litio, el cobalto y el níquel
Una batería es una maravilla de la ciencia de los materiales, pero sus ingredientes clave no se crean en un laboratorio, sino que se extraen de la tierra. Los principales materiales de las actuales baterías de níquel, manganeso y cobalto (NMC) y de níquel, cobalto y aluminio (NCA) plantean importantes cuestiones éticas y medioambientales.
| Material | Regiones de abastecimiento primario | Principales preocupaciones medioambientales y sociales |
|---|---|---|
| Litio | Australia (minería de roca dura), Chile/Argentina (evaporación de salmuera) | Elevado consumo de agua en regiones áridas (salmuera); alteración del suelo y uso de productos químicos (roca dura). |
| Cobalto | República Democrática del Congo (RDC) (>70% del suministro mundial) | La minería artesanal está asociada al trabajo infantil, a condiciones laborales inseguras y a una grave contaminación local. |
| Níquel | Indonesia, Filipinas, Rusia | Deforestación para minas a cielo abierto; el vertido de residuos puede contaminar ríos y ecosistemas costeros. |
La extracción de litio de los salares del "Triángulo del Litio" sudamericano es un buen ejemplo. El proceso consiste en bombear grandes cantidades de salmuera del subsuelo desértico a grandes estanques de evaporación. Este método consume mucha agua en uno de los lugares más secos de la Tierra, lo que crea tensiones con las comunidades locales y los ecosistemas que dependen de los mismos escasos recursos hídricos.
La historia del cobalto es aún más preocupante. La mayor parte del suministro mundial procede de la República Democrática del Congo, donde una parte significativa se extrae mediante minería "artesanal". Este término oculta una cruda realidad de trabajo manual en condiciones peligrosas y no reguladas, a menudo con la participación de niños, con exposición directa a metales tóxicos (Sovacool et al., 2020). Aunque el sector de los vehículos eléctricos trabaja activamente para mejorar la transparencia de la cadena de suministro y reducir la dependencia del cobalto, éste sigue siendo una mancha profunda en el historial ético de la industria. Para las empresas y los gestores de flotas, conocer la procedencia de los materiales de las baterías se está convirtiendo en una parte esencial de la compra responsable.
El proceso de ensamblaje de células y paquetes, que consume mucha energía
Una vez refinadas las materias primas en productos químicos aptos para baterías, puede empezar la fabricación de las células. Para ello se recubren láminas con materiales anódicos y catódicos, se apilan o enrollan y se encierran en una carcasa con un electrolito. Un paso que consume mucha energía es la creación de una "sala seca", un espacio con una humedad extremadamente baja, necesaria porque la química de las pilas es muy sensible a la humedad. Mantener estas condiciones requiere un gasto constante y significativo de energía.
Una vez fabricadas las celdas, se ensamblan en módulos, y los módulos se integran en el pack de baterías final. Este pack es algo más que una caja de celdas: incluye un sofisticado sistema de gestión de baterías (BMS), circuitos de refrigeración y calefacción para mantener una temperatura óptima de funcionamiento y una robusta carcasa para protegerlo de daños físicos. Cada uno de estos componentes aumenta la huella total de fabricación. La tendencia hacia baterías más grandes para aumentar la autonomía de los vehículos agrava este problema, ya que una batería más grande implica más materiales, más energía y una mayor mochila inicial de carbono.
La vida de un vehículo eléctrico: El papel decisivo de la red eléctrica
Una vez que un vehículo eléctrico sale de la fábrica, su comportamiento medioambiental entra en una fase nueva y decisiva. La deuda de carbono contraída durante su fabricación empieza a amortizarse kilómetro a kilómetro. El ritmo de esta amortización, sin embargo, no viene determinado por el coche en sí, sino por la fuente de su energía. La cuestión de si los vehículos eléctricos son mejores para el medio ambiente durante su vida operativa es fundamentalmente una cuestión sobre la intensidad de carbono de la red eléctrica.
Un VE es, en esencia, un recipiente para la energía de la red. Al conectarlo a un enchufe, se conecta a una vasta y compleja red de centrales eléctricas, líneas de transmisión y transformadores. El impacto ambiental de cada kilómetro recorrido es un reflejo directo de la forma en que se ha generado la electricidad.
Historia de dos redes: El papel decisivo de la fuente de electricidad
Para entenderlo, imaginemos dos vehículos eléctricos idénticos. Uno circula en Noruega y el otro en Polonia.
En Noruega, la red eléctrica es un modelo de descarbonización. Más de 98% de su electricidad se genera a partir de energía hidroeléctrica, una fuente renovable con emisiones de ciclo de vida muy bajas (Statistics Norway, 2023). Cuando el VE noruego se carga, está llenando su batería con energía limpia. Sus emisiones "del pozo a la rueda" son excepcionalmente bajas, y consisten únicamente en las pequeñas pérdidas que se producen durante el transporte de la electricidad y el propio consumo de energía del vehículo.
En Polonia, la situación es muy distinta. La red depende en gran medida del carbón para más de 70% de su generación de electricidad (Forum Energii, 2023). El carbón es el combustible fósil más intensivo en carbono. Cuando el VE polaco se carga, está siendo alimentado por carbón. Las emisiones se han desplazado del inexistente tubo de escape del coche a la chimenea de una central eléctrica. Aunque el VE sigue siendo más eficiente en la conversión de energía en movimiento que un VCI, una parte significativa de su energía tiene un alto coste en carbono.
Esta historia de dos países ilustra el espectro de posibilidades. El beneficio medioambiental de conducir un VE no es una constante global, sino una variable local. La tabla siguiente ofrece una instantánea de esta realidad en diferentes regiones, de especial interés para los gestores de flotas que operan en diversos mercados.
| Región/País | Fuente(s) de electricidad predominante(s) | Intensidad de carbono de la red aprox. (gCO2e/kWh) | Implicaciones para las emisiones de los VE |
|---|---|---|---|
| Noruega | Energía hidroeléctrica | ~10-20 | Muy bajo |
| Francia | Energía nuclear | ~50-60 | Muy bajo |
| Alemania | Mix (renovables, gas, carbón) | ~300-400 | Medio |
| China | Carbón, energías renovables | ~550-650 | Alta (pero mejorando) |
| Emiratos Árabes Unidos | Gas natural, energía solar | ~350-450 | Media a alta |
| Sudáfrica | Carbón | ~850-950 | Muy alta |
Nota: Las cifras son aproximadas para 2024-2025 y pueden fluctuar en función de la hora del día, la estación y los cambios políticos. Fuentes: AIE, Ember, Electricity Maps.
Diferencias regionales: Una perspectiva global para los gestores de flotas
Para una empresa que gestiona una flota de vehículos en Europa, Asia y África, esta variación regional no es sólo una cuestión académica, sino una consideración estratégica. La decisión de pasar a nuestra gama de vehículos eléctricos comerciales tendrán resultados medioambientales muy diferentes en función del territorio operativo.
En EuropaEl panorama es un mosaico. Los países nórdicos, Francia y Suiza ofrecen algunas de las redes más limpias del mundo, por lo que las ventajas del VE son abrumadoras. En Alemania, que está eliminando progresivamente el carbón al tiempo que gestiona la intermitencia de su enorme capacidad eólica y solar, las ventajas siguen siendo importantes, pero menos pronunciadas. En países de Europa del Este como Polonia o la República Checa, la dependencia de los combustibles fósiles hace que el "periodo de amortización del carbono" de un VE sea más largo.
En Asia central y sudorientalLa situación es dinámica. China, el mayor mercado mundial de vehículos eléctricos, es también el mayor consumidor mundial de carbón. Sin embargo, al mismo tiempo está desplegando capacidad de energía renovable a un ritmo asombroso. La intensidad de carbono de la red china disminuye año tras año, lo que significa que un VE comprado en 2025 será progresivamente más limpio a lo largo de su vida útil a medida que mejore la red (Luo et al., 2021). Otros países de la región, como Vietnam o Indonesia, dependen en gran medida del carbón, lo que supone un reto mayor para la adopción del VE por motivos puramente medioambientales.
En el Oriente Próximopaíses como los Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí tienen redes alimentadas principalmente por gas natural, que es menos intensivo en carbono que el carbón, pero sigue siendo un combustible fósil. Sin embargo, estos países están invirtiendo mucho en proyectos solares a gran escala, lo que podría reducir drásticamente la intensidad de carbono de sus redes en los próximos años.
En ÁfricaEl panorama es increíblemente diverso. La red de Sudáfrica es una de las más intensivas en carbono del mundo debido a su dependencia de un parque envejecido de centrales eléctricas de carbón. En cambio, países como Etiopía, Kenia y Zambia tienen redes con un elevado porcentaje de energía hidroeléctrica y geotérmica, lo que los convierte en entornos ideales para la movilidad eléctrica desde el punto de vista del carbono.
Comparación de las emisiones "del pozo a la rueda": VE frente a VCI
Incluso con estas variaciones regionales, de casi todas las evaluaciones del ciclo de vida realizadas hasta la fecha se desprende un punto crucial: a lo largo de toda su vida útil, un VE medio produce menos emisiones de gases de efecto invernadero que un VCI comparable.
La clave es la eficiencia superior del motor eléctrico. Un motor eléctrico puede convertir más de 90% de la energía eléctrica de la batería en potencia para las ruedas. En comparación, un motor de combustión interna es escandalosamente ineficiente, ya que sólo convierte en movimiento entre 20 y 35% de la energía almacenada en la gasolina, y el resto se pierde principalmente en forma de calor residual (Departamento de Energía de EE.UU., s.f.).
Esta diferencia de eficiencia es tan grande que, incluso cuando un VE se carga en una red relativamente sucia y con mucho carbón, a menudo sigue generando menos emisiones totales de CO2 por kilómetro que un coche de gasolina nuevo y eficiente. El punto de "equilibrio", en el que el VE compensa finalmente las mayores emisiones derivadas de su fabricación, varía. En una red limpia como la sueca, puede ser de un año o 20.000 kilómetros. En una red con mucho carbón, como la de Polonia o Sudáfrica, puede llevar de cinco a ocho años de conducción media. Teniendo en cuenta que un coche medio dura entre 12 y 15 años, el beneficio a lo largo de su vida útil casi siempre se obtiene. A medida que las redes de todo el mundo sigan descarbonizándose, este punto de equilibrio se acortará, reforzando año tras año los argumentos medioambientales a favor de los vehículos eléctricos.
La vida después de la muerte de una batería de vehículo eléctrico: Una economía circular en ciernes
La historia del impacto ambiental de un vehículo eléctrico no termina cuando sale de la carretera por última vez. Una parte importante de su valor material y de su energía incorporada reside en su batería. El destino de esta batería es un capítulo crítico de su ciclo de vida, que puede crear un nuevo problema medioambiental o aportar una solución eficaz. Los campos emergentes del reciclaje de baterías y las aplicaciones de segunda vida están en el centro de la creación de una economía verdaderamente circular para la movilidad eléctrica.
Normalmente, se considera que la batería de un vehículo ha llegado al final de su vida útil cuando su capacidad se reduce a un 70-80% de su estado original. Aunque ya no puede proporcionar la autonomía y el rendimiento necesarios para la conducción, sigue siendo un potente dispositivo de almacenamiento de energía. Tirarlo a un vertedero sería un desperdicio colosal y un peligro para el medio ambiente. Los metales que contienen -litio, cobalto, níquel, manganeso- son valiosos, y su vertido al medio ambiente podría contaminar el suelo y las aguas subterráneas. El camino responsable pasa por dar un nuevo uso a estas pilas.
El reto y la promesa del reciclaje de pilas
Reciclar una batería de un vehículo eléctrico es una tarea compleja. A diferencia de una simple batería de plomo-ácido, un pack de iones de litio es un sofisticado conjunto de cientos o miles de celdas individuales, integradas con sistemas electrónicos y de refrigeración. Desmontarlas de forma segura es el primer obstáculo. Mantienen una carga eléctrica significativa incluso al "final de su vida útil" y plantean riesgos de incendio y descarga eléctrica.
En la actualidad, existen dos métodos principales de reciclado:
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Pirometalurgia (fundición): Este es el método más establecido. Las baterías se trituran y se funden en un horno a alta temperatura. Este proceso recupera metales valiosos como el cobalto, el níquel y el cobre, pero suele quemar el litio, el aluminio y los componentes orgánicos (grafito, electrolito), que se pierden en la escoria. Consume mucha energía y puede liberar contaminantes nocivos si no se controla adecuadamente.
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Hidrometalurgia (lixiviación): Este método más reciente y a menudo más prometedor consiste en triturar mecánicamente las pilas y utilizar después soluciones químicas (ácidos y agentes de lixiviación) para disolver los metales y extraerlos selectivamente. La hidrometalurgia puede recuperar una gama más amplia de materiales, incluidos el litio y el manganeso, con un mayor grado de pureza. Funciona a temperaturas más bajas y suele tener una huella de carbono menor que la fundición (Gaines, 2018).
El desarrollo de procesos de reciclado eficientes y económicamente viables es uno de los principales focos de investigación e inversión a escala mundial. El objetivo es crear un "circuito cerrado" en el que los materiales de las pilas viejas puedan utilizarse para fabricar pilas nuevas. Esto reduciría drásticamente la necesidad de nuevas extracciones, disminuyendo así el impacto medioambiental y social asociado a la extracción de materias primas. Si el reciclaje puede proporcionar un flujo constante de cobalto, níquel y litio aptos para baterías, se aliviará la presión sobre las fuentes primarias en lugares como la RDC y el desierto de Atacama. La Unión Europea ya ha asumido un papel de liderazgo, con una nueva normativa que impone niveles mínimos de contenido reciclado en las baterías nuevas, una política que impulsará la innovación y la inversión en el sector del reciclaje (Comisión Europea, 2022).
Baterías de segunda vida: Una solución sostenible para el almacenamiento de energía
Antes de que una batería se descomponga para obtener sus materias primas, a menudo puede vivir toda una segunda vida en una aplicación menos exigente. Este concepto de uso de "segunda vida" es un poderoso ejemplo de los principios de la economía circular. Una batería con 70% de su capacidad original puede ser inadecuada para un coche, pero es perfectamente apta para el almacenamiento estacionario de energía.
Imagina un huerto solar. Genera abundante electricidad cuando brilla el sol, pero nada por la noche. Un gran banco de baterías EV de segunda vida puede almacenar ese exceso de energía solar durante el día y devolverla a la red tras la puesta de sol. Esto ayuda a estabilizar la red, permite un mayor uso de fuentes de energía renovables intermitentes y proporciona una valiosa fuente de ingresos a partir de un producto que antes se consideraba "desecho".
Las empresas ya están desplegando estos sistemas a escala comercial. Las baterías de segunda vida se están utilizando para proporcionar energía de reserva a edificios, para ayudar a gestionar los picos de demanda de la red y para alimentar estaciones de carga de otros vehículos eléctricos. Al ampliar la vida útil del paquete de baterías de unos 10 años en un vehículo a otros 5-10 años en una aplicación estacionaria, la energía incorporada total de su fabricación se amortiza en un periodo mucho más largo, mejorando significativamente su perfil medioambiental global. Este modelo de uso en cascada extrae el máximo valor posible de los recursos utilizados para crear la batería en primer lugar.
La política y la innovación impulsan una economía circular del VE
La transición a una economía circular de baterías no se producirá por sí sola. Requiere un esfuerzo concertado de responsables políticos, fabricantes e innovadores. Los gobiernos están empezando a aplicar leyes de "responsabilidad ampliada del productor" (RAP), que responsabilizan a los fabricantes de automóviles de la recogida y el reciclaje de sus baterías al final de su vida útil. Esto les incentiva a diseñar baterías más fáciles de desmontar y reciclar, un concepto conocido como "diseño para el reciclaje".
Al mismo tiempo, se está innovando en todas las fases. Se están desarrollando nuevas químicas de baterías que reducen o eliminan la necesidad de materiales problemáticos como el cobalto. Por ejemplo, las baterías de fosfato de hierro y litio (LFP), que no contienen cobalto ni níquel, son cada vez más comunes. Aunque históricamente han ofrecido una menor densidad energética, los últimos avances las están haciendo viables para una gama más amplia de vehículos. Las nuevas técnicas de reciclado, como el reciclado directo, pretenden reacondicionar directamente los materiales del cátodo sin descomponerlos en sus componentes elementales, un proceso que podría ahorrar enormes cantidades de energía y preservar la valiosa microestructura de los materiales. Las empresas que invierten en vehículos utilitarios eléctricos especializados entran hoy en un ecosistema en el que la propuesta de valor al final de la vida útil mejora continuamente, convirtiendo un pasivo potencial en un activo futuro.
Más allá de los gases de efecto invernadero: Agua, suelo y partículas
Una investigación medioambiental exhaustiva no puede limitarse a una sola métrica, ni siquiera a una tan importante como las emisiones de gases de efecto invernadero. La pregunta "¿son los vehículos eléctricos mejores para el medio ambiente?" exige una perspectiva más amplia que tenga en cuenta otros impactos ecológicos significativos, como el consumo de agua, el uso del suelo y el persistente problema de la contaminación no provocada por los gases de escape. En estos ámbitos, la comparación entre VE y VCI revela un panorama más complejo y lleno de matices.
Uso del agua en la extracción y fabricación de minerales
La relación entre los vehículos eléctricos y el agua tiene dos fases. Durante la fase operativa, los VE son claros ganadores. Los motores de combustión interna consumen agua indirectamente a través del proceso de refinado del petróleo, que es una actividad industrial intensiva en agua. Los VE, por supuesto, no consumen agua durante la conducción.
Sin embargo, la fase de fabricación, en particular la adquisición de materias primas, presenta una huella hídrica significativa. Como ya se ha mencionado, la extracción de litio a partir de salmueras en el "Triángulo del Litio" de Sudamérica (Chile, Argentina y Bolivia) es un importante motivo de preocupación. Los delicados ecosistemas y las comunidades indígenas de esta árida región dependen de las escasas capas freáticas subterráneas. La extracción de litio acelera el agotamiento de esta agua, ya que se calcula que para producir una tonelada de litio por evaporación de salmuera se necesitan hasta 2 millones de litros de agua (Larcher y Tarascon, 2015). Aunque esto representa un impacto localizado pero intenso, es un factor crítico en la ecuación general de sostenibilidad.
La minería de roca dura para extraer litio, níquel y otros minerales también utiliza cantidades significativas de agua para suprimir el polvo y procesar los minerales. A medida que se dispare la demanda de estos materiales, se intensificará la presión sobre los recursos hídricos en las regiones mineras de todo el mundo. Esto pone de relieve la importancia de desarrollar métodos de extracción que consuman menos agua y de maximizar el uso de materiales reciclados, lo que reduce drásticamente la huella hídrica asociada a la producción de baterías.
El impacto de las partículas de neumáticos y frenos
Durante décadas, la contaminación de los vehículos se ha centrado en el tubo de escape. Sin embargo, a medida que se eliminan las emisiones del tubo de escape, se hace más evidente otra fuente de contaminación nociva: las partículas no procedentes del tubo de escape. Se trata de partículas diminutas desprendidas por el desgaste de los neumáticos, los frenos y el firme de las carreteras. Estas partículas, a menudo inferiores a 2,5 micrómetros (PM2,5), pueden penetrar profundamente en el sistema respiratorio humano y contribuir a las enfermedades cardiovasculares y respiratorias, de forma muy similar a las emisiones del tubo de escape.
Este es un ámbito en el que los argumentos medioambientales a favor de los vehículos eléctricos no son tan claros. Los vehículos eléctricos suelen ser más pesados que sus homólogos ICEV debido al peso sustancial del paquete de baterías. Un vehículo más pesado somete a sus neumáticos a un mayor esfuerzo, lo que se traduce en un mayor desgaste de los neumáticos y, en consecuencia, en un aumento de las emisiones de partículas procedentes de los neumáticos y de la superficie de la carretera. Varios estudios han sugerido que las emisiones totales de partículas no procedentes de los gases de escape de un VE más pesado podrían ser comparables, o incluso ligeramente superiores, a las emisiones totales de partículas (procedentes y no procedentes de los gases de escape) de un VCI moderno equipado con filtros de partículas avanzados (Timmers y Achten, 2016).
Sin embargo, existe una fuerza compensatoria: el frenado regenerativo. Uno de los rasgos distintivos de un VE es su capacidad para reducir la velocidad utilizando su motor eléctrico en marcha atrás, convirtiendo la energía cinética en energía eléctrica para recargar la batería. Este proceso reduce significativamente la dependencia de los frenos de fricción tradicionales. Un menor uso de los frenos de fricción significa menos polvo de frenado, que es uno de los principales componentes de las partículas no procedentes de los gases de escape. El efecto neto de un mayor peso frente al frenado regenerativo es un tema de investigación en curso. El resultado dependerá probablemente del estilo de conducción (la conducción agresiva utiliza más los frenos de fricción) y de los avances en los materiales de los neumáticos y los frenos. Sirva como potente recordatorio de que resolver el problema de las emisiones del tubo de escape no elimina todas las fuentes de contaminación atmosférica del transporte por carretera.
Impactos de la minería en el uso del suelo y la biodiversidad
La huella física de la extracción de recursos es otra consideración medioambiental vital. El cambio de un sistema de transporte que consume mucho combustible (perforación petrolífera) a otro que consume muchos materiales (extracción de minerales para baterías) cambia una forma de uso del suelo por otra.
La extracción de petróleo y gas puede dejar una huella generalizada pero a veces menos obvia visualmente, con plataformas de perforación, oleoductos y el riesgo de vertidos. En cambio, la extracción de materiales como el litio, el níquel y el cobre suele implicar minas a cielo abierto a gran escala. Estas operaciones requieren la tala de grandes extensiones de terreno, lo que provoca deforestación, destrucción de hábitats y pérdida de biodiversidad. Las escombreras de las minas -el material de desecho que queda después de extraer los minerales valiosos- pueden contener sustancias tóxicas que pueden filtrarse al medio ambiente circundante si no se gestionan con sumo cuidado.
En lugares como Indonesia y Filipinas, el auge de la extracción de níquel para alimentar la industria de baterías de vehículos eléctricos se ha relacionado con una importante deforestación y la contaminación de las aguas costeras, amenazando los arrecifes de coral y las economías pesqueras locales (Sonter et al., 2020). Esto no significa que la extracción de petróleo sea benigna; su historia está plagada de desastres ecológicos. Significa, más bien, que la transición a los VE conlleva una serie de retos diferentes en cuanto al uso del suelo que deben gestionarse de forma responsable. El imperativo, una vez más, es minimizar la necesidad de nuevas extracciones mediante la creación de una sólida economía circular en la que el reciclaje proporcione la materia prima para la producción futura. El coste medioambiental del uso de la tierra añade urgencia a la búsqueda de productos químicos para las baterías que se basen en materiales más abundantes y menos impactantes.
El veredicto de 2025 para su flota comercial: Una perspectiva mundial
Para un gestor de flotas o el propietario de una empresa en 2025, la decisión de invertir en vehículos eléctricos es un cálculo complejo que equilibra las realidades económicas, las presiones normativas y un auténtico deseo de gestión medioambiental. El análisis anterior ha demostrado que la respuesta a "¿son los vehículos eléctricos mejores para el medio ambiente?" es un matizado "sí, pero depende". Ahora, traduzcamos ese matiz en ideas prácticas para las operaciones comerciales en diversos mercados mundiales.
El sector de los vehículos comerciales -desde las furgonetas ligeras de reparto hasta los camiones pesados- es en muchos sentidos el candidato ideal para la electrificación. Estos vehículos suelen recorrer rutas predecibles, regresan a un depósito central para cargarse durante la noche y acumulan un elevado kilometraje anual. Este perfil de alto kilometraje es clave, ya que significa que la deuda inicial de carbono derivada de la fabricación de la batería se amortiza mucho más rápidamente que en un turismo privado que permanece parado la mayor parte del día. Una furgoneta de reparto que recorra 200 kilómetros cada día alcanzará su punto de equilibrio de carbono en una fracción del tiempo de un coche que recorra 30 kilómetros para ir y volver de la oficina.
El coste total de propiedad (TCO) cumple con el impacto medioambiental total
Históricamente, el principal obstáculo para la adopción de VE comerciales era el elevado precio de compra inicial. Sin embargo, en 2025, esto está cambiando rápidamente. Aunque el desembolso inicial de capital para un VE puede seguir siendo superior al de un equivalente diésel, un análisis holístico del coste total de propiedad (CTP) revela a menudo un argumento financiero convincente.
Los VE ofrecen importantes ahorros operativos. La electricidad es, por kilómetro recorrido, casi siempre más barata que el gasóleo o la gasolina. Los costes de mantenimiento también son sustancialmente más bajos. Un motor eléctrico tiene muchas menos piezas móviles que un motor de combustión interna. No hay cambios de aceite, ni bujías, ni sistemas de escape, y se reduce el desgaste de los frenos gracias al frenado regenerativo. A lo largo de un periodo de propiedad típico de cinco a diez años, estos ahorros pueden compensar con creces el mayor precio de compra inicial.
Este cálculo financiero es paralelo al medioambiental. El mismo uso de alto kilometraje que acelera el retorno de la inversión financiera también acelera el retorno de la inversión medioambiental. Cuanto antes se amortice un VE, antes saldará su deuda de carbono y empezará a generar beneficios medioambientales netos. Para los gestores de flotas, esto crea una poderosa alineación: la decisión que es mejor para la cuenta de resultados es a menudo también la decisión que es mejor para el medio ambiente.
Prepare su flota para el futuro: Normativa e incentivos
El panorama político mundial está cambiando inequívocamente a favor de la movilidad eléctrica. Ciudades de todo el mundo están implantando Zonas de Bajas Emisiones (LEZ) o Zonas de Emisiones Cero (ZEZ), que restringen o penalizan la entrada de vehículos diésel contaminantes. Para una empresa de logística o reparto, tener una flota que no puede acceder a centros urbanos clave supone un riesgo operativo importante. Invertir en vehículos eléctricos es una forma de "preparar el futuro" de una flota frente a estas normativas cada vez más estrictas.
Además, los gobiernos ofrecen una serie de incentivos para fomentar la transición. Estos pueden incluir subvenciones directas a la compra, créditos fiscales, exenciones de peajes y financiación para la instalación de infraestructuras de recarga. Estos incentivos pueden mejorar drásticamente el cálculo del coste total de propiedad y acortar el periodo de amortización de una inversión en VE. Un gestor de flotas inteligente en 2025 debe ser un experto no sólo en vehículos, sino también en el cambiante entramado de políticas regionales y municipales. La capacidad de aprovechar estos incentivos puede ser el factor decisivo en la viabilidad económica de una transición al VE.
Tome una decisión informada para su región
La decisión final debe basarse en el contexto operativo específico de la empresa. Un gestor que supervise una flota en Dubai, donde la electricidad se genera a partir de gas natural y energía solar, se enfrenta a una serie de variables diferentes a las de un gestor en Nairobi, donde la red está dominada por la energía hidráulica y geotérmica.
El primer paso es un análisis exhaustivo de la intensidad de carbono de la red local'y su evolución prevista. ¿Está invirtiendo el gobierno en energías renovables? Si es así, los argumentos medioambientales a favor de su flota de VE no harán sino reforzarse con el tiempo.
El segundo paso consiste en evaluar la infraestructura de recarga disponible. ¿Pueden cargarse los vehículos de forma fiable durante la noche en un depósito central? ¿Es necesaria una infraestructura pública de recarga rápida a lo largo de las rutas clave? La inversión en recarga es una parte inseparable de la transición a la electricidad.
Por último, hay que tener en cuenta las exigencias específicas del trabajo. ¿Están las rutas diarias dentro de la gama de modelos eléctricos disponibles actualmente? ¿Es suficiente la capacidad de carga útil? El mercado de VE comerciales se está expandiendo rápidamente, con una creciente variedad de modelos adaptados a distintas aplicaciones, desde furgonetas compactas de reparto urbano hasta camiones de mayor tamaño.
La transición a la movilidad eléctrica no es un simple cambio, sino un cambio estratégico. Requiere una planificación cuidadosa, un profundo conocimiento tanto de la tecnología como del entorno operativo local y una perspectiva a largo plazo. Sin embargo, la convergencia de unos costes cada vez más bajos, la mejora de la tecnología, las políticas de apoyo y una clara ventaja medioambiental a lo largo de toda la vida hacen que los argumentos a favor de la electrificación comercial en 2025 sean más convincentes que nunca.
Preguntas frecuentes
1. ¿Son los coches eléctricos realmente "cero emisiones"?
Los coches eléctricos son vehículos de "cero emisiones de tubo de escape", lo que significa que no emiten contaminantes como CO2 o NOx del propio vehículo durante la conducción. Esto mejora notablemente la calidad del aire local. Sin embargo, las emisiones se generan durante la fabricación del vehículo (especialmente la batería) y por las centrales eléctricas que producen la electricidad utilizada para la recarga. El impacto medioambiental global depende de todo este ciclo de vida.
2. ¿Cuánto dura la batería de un VE y qué le ocurre después?
La mayoría de los fabricantes garantizan sus baterías durante unos 8-10 años o 160.000-200.000 kilómetros. Después de este periodo, la batería no está muerta; su capacidad se habrá degradado a unos 70-80%. Estas baterías "al final de su vida útil" se utilizan cada vez más en aplicaciones de "segunda vida", como el almacenamiento estacionario de energía, o se envían a instalaciones especializadas para su reciclado, donde se recuperan materiales valiosos como el cobalto, el níquel y el litio.
3. Las pesadas baterías de los vehículos eléctricos, ¿no contaminan más por el desgaste de los neumáticos?
Es una preocupación válida. Los VE son más pesados que los coches de gasolina comparables, lo que puede provocar un mayor desgaste de los neumáticos y más emisiones de partículas de los neumáticos y las superficies de la carretera. Sin embargo, esto se compensa parcialmente con el frenado regenerativo, que reduce significativamente el uso de frenos de fricción y, por tanto, el polvo de los frenos. El efecto neto es un tema de investigación en curso, pero pone de relieve que las emisiones no procedentes de los gases de escape son un problema para todos los vehículos, no sólo para los VE.
4. ¿Sigue siendo un VE mejor para el medio ambiente si mi electricidad procede del carbón?
Incluso en regiones con un alto porcentaje de carbón en el mix eléctrico, la mayoría de los estudios muestran que las emisiones durante la vida útil de un VE siguen siendo inferiores a las de un vehículo comparable con motor de combustión interna. La mayor eficiencia del motor eléctrico es un factor importante. Sin embargo, el "periodo de amortización del carbono" -el tiempo que tarda el VE en superar las mayores emisiones de su fabricación- es mucho más largo en esas regiones. El beneficio medioambiental es mucho mayor cuando se recarga con fuentes de energía más limpias.
5. ¿Cuál es el impacto medioambiental de la extracción de minerales como el litio y el cobalto para fabricar baterías?
La extracción de materiales para baterías tiene importantes repercusiones medioambientales y sociales. La extracción de litio puede consumir mucha agua, sobre todo en regiones áridas. La extracción de cobalto, sobre todo en la República Democrática del Congo, está relacionada con graves problemas éticos, como condiciones de trabajo peligrosas y trabajo infantil. La industria está trabajando activamente para mejorar la transparencia de la cadena de suministro, reducir la dependencia de estos materiales a través de nuevas químicas de baterías (como LFP), y aumentar el uso de materiales reciclados para mitigar estos impactos.
6. ¿Cómo afectan las condiciones meteorológicas a la autonomía y la duración de la batería de un VE?
Las temperaturas extremas, tanto frías como cálidas, pueden afectar al rendimiento de un VE. Cuando hace frío, la autonomía de la batería puede disminuir porque se necesita energía para calentar el habitáculo y la propia batería, y las reacciones químicas dentro de la batería son menos eficientes. Cuando hace mucho calor, se utiliza energía para enfriar la batería. Sin embargo, los VE modernos cuentan con sofisticados sistemas de gestión térmica para proteger la batería y mitigar estos efectos.
7. ¿Está preparada la red eléctrica mundial para un cambio masivo a los vehículos eléctricos?
La transición a los vehículos eléctricos aumentará sin duda la demanda de electricidad. La mayoría de los análisis sugieren que las redes pueden soportar este aumento, ya que la carga puede gestionarse de forma inteligente. Por ejemplo, la mayor parte de la carga se realiza durante la noche, cuando suele haber capacidad de generación disponible. Las tecnologías de recarga inteligente también pueden desplazar la carga a horas en las que la energía renovable es abundante (por ejemplo, al mediodía en el caso de la energía solar) o cuando la demanda global es baja, ayudando a equilibrar la red en lugar de sobrecargarla.
Conclusión
La pregunta de si los vehículos eléctricos son mejores para el medio ambiente se resiste a un sí o un no simplista. Exige que adoptemos un modo de pensamiento más paciente y exhaustivo, que siga la historia de un vehículo desde los minerales del suelo hasta su viaje final al reciclador. Cuando adoptamos esta perspectiva de ciclo de vida, surge una imagen clara y coherente para 2025. Los vehículos eléctricos, a pesar de su mayor huella de fabricación debida principalmente a la batería, representan una opción medioambiental sustancialmente mejor a lo largo de su vida operativa que sus homólogos con motor de combustión interna.
Sin embargo, esta conclusión no es estática ni incondicional. Depende en gran medida de las decisiones humanas y de las infraestructuras. La ventaja medioambiental de un VE se amplifica en regiones con redes eléctricas limpias y disminuye donde los combustibles fósiles siguen dominando la generación de energía. Las cargas morales y ecológicas de la extracción de minerales nos imponen la necesidad urgente de construir una economía circular sólida, en la que el reciclado y las aplicaciones de segunda vida transformen un flujo potencial de residuos en un recurso valioso. También debemos permanecer atentos a los impactos más allá del carbono, como el uso del agua y las partículas no procedentes de los gases de escape.
Para las empresas y los gestores de flotas, la decisión de electrificar es estratégica, ya que combina los beneficios económicos derivados de la reducción de los costes de explotación con los beneficios demostrables de la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero y la limpieza del aire urbano. A medida que avanza la tecnología de las baterías, los procesos de fabricación se vuelven más limpios y las redes eléctricas de todo el mundo continúan su inexorable cambio hacia las energías renovables, los argumentos medioambientales a favor de la movilidad eléctrica no harán sino reforzarse. El camino a seguir no es el del optimismo tecnológico ciego, sino el de una transición responsable e informada.
Referencias
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